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lunes, 17 de mayo de 2010

Tan sólo dos palabras...


¡¡¡¡¡¡¡DALE, CAMPEÓN!!!!!!!!!


lunes, 19 de abril de 2010

Buen Día, Día!


A veces pasa.

Leés un libro, escuchás una canción, mirás un cuadro, ves una película, y querés comentarle a todo el mundo lo maravillosa que te resultó la experiencia.

Entonces eso: que vine acá a contarte que ayer fui a ver una película que me emocionó hasta las lágrimas y que no me permitía, hoy, silenciar aquello.

Se llama Buen Día, Día. La pasaron al aire libre, en el contexto del BAFICI. A los veinte minutos de proyección se largó en Buenos Aires una de las tormentas más grandes del año —granizo incluido—. Y a nadie se le ocurrió moverse del pasaje Carlos Gardel. La mayoría corrió hasta los techitos de la vereda para no empaparse. Otros se pusieron las sillas en la cabeza a modo de bonetes plásticos. Los demás se quedaron, inmutables, disfrutando bajo la lluvia, sentados o de pie, bailando. Seguro que si alguno se les acercaba y les preguntaba sobre su decisión, habrían respondido que "son cosas mías". O no. Yo qué sé.

La película cuenta —unas-partes-de— la vida del genial músico y poeta Miguel Abuelo. Y la verdad es que es una verdadera joya.

Sinceramente no sabía que existieran tantos documentos sobre Miguel (tan subterráneo, tan esquivo). Y la película está prácticamente contada en primera persona mediante unos audios que son como un tesoro para los que siempre escuchamos las historias de estos tipos contadas por otros. El resto del film nos muestra al hijo —Gato Azul— recorriendo en moto una nocturna Buenos Aires recolectando fotos de su viejo y charlando con sus amigos. Memorable, en este aspecto, cuando se encuentra con el hijo de Pappo (también en moto), que le dice "estas son las cosas que guardaba mi viejo; quiero que las tengas vos" o cuando Gustavo Bazterrica canta en un bar un temazo compuesto para Miguel o cuando... toda la película es una gema. No falta nada. Le dí vueltas toda la noche al asunto y llegué a la conclusión de que había dado —al igual que me pasó con Luca, unos años antes— con el documental perfecto.

Pero eso no fue todo.

Aguantenme un segundito que les cuento algo más de lo que pasó ayer.

Miguel Abuelo murió hace 21 años. La mitad de la gente que había concurrido a la proyección rozaba aquella edad. Es posible que nadie —acá me incluyo— lo haya visto en vivo alguna vez. Y, sin embargo, a nadie lo espantó la lluvia. Todos coreaban las canciones, aplaudían, reían, lloraban. Alguno gritaba "¡Vamos Flaco!" cuando aparecía Spinetta... se abrazaban cuando terminaba el show. Nos mirábamos, cómplices, por ser partes de algo —o de haber vivido un momento especial, de esos que se recuerdan para siempre y "¿te acordás de aquella vez, la tormenta que se largó mientras...?".

Virtud aquella de un film bien construido. Vaya este emotivo abrazo a sus realizadores.

Premio para la intachable trayectoria de uno de los más importantes —y quizás de los menos reconocidos— artistas de esta parte del planeta.

Este no es un blog de música ni de cine. Ya lo sé. No soy crítico ni tengo intenciones de aquello.

Pero me dieron ganas de escribir unas palabras sobre una obra que me movilizó hasta el punto de no arrugarme bajo semejante tormenta que, sí, me sirvió para que Laura no supiera si eso en mis mejillas eran gotas de lluvia o qué.




Buen Día, Día Eduardo Pinto & Sergio Constantino. Argentina, 2010—.

viernes, 4 de septiembre de 2009

4 de Septiembre:



Hoy me dieron ganas de escribir sobre una efeméride en especial. No es que me interesen mucho todas las demás (y no es que no me interese ninguna, claro) pero ésta, creo, es bueno que gire.
Hace exactamente 52 años (o sea, un cuatro de septiembre de 1957) salía el primer número de la revista de historietas Hora Cero. Ahí, escribía los guiones un tal H. G. Oesterheld.
Ahí, dibujaban Hugo Pratt, Solano López y Salinas.
Era una revistita. Blanco y Negro. Portada a un color. Baratísima. Papel de calidad básica. Liviana como el viento...
Pero cambió la historia de la cultura nacional.
Porque ahí nació El Eternauta.
Porque ahí nos enseñaron que la historieta podía ser algo serio. De altura.
Porque ahí nuestros padres aprendieron lo que era la Aventura (con mayúsculas).
Y porque ahí los que hicieron camino después tuvieron una escuela donde mamar.
Hoy, El Eternauta es uno de los pilares de la cultura nacional. Esa "revistita" se convirtió en Historia. Todos esos dibujantes (y los que luego fueron apareciendo a lo largo de los años que duró) son considerados "capos" en todo el globo.
Y Oesterheld sigue contando desde esas páginas porque los hijos de puta decidieron que era hora de callarlo.

La cosa es así: el 4 de septiembre es el día de la historieta argentina. Es una fecha linda para comentarlo en las escuelas si somos maestros o para charlar entre amigos sobre aquellas viñetas que nos marcaron los diferentes momentos de la vida o para homenajear a los enormes creadores que tuvo esta tierra...
...y para regalar un libro de historieta nacional, ¿por qué no?

Porque me parece una efeméride hermosa y digna, escribo estas líneas.

¡Que tengan un hermoso día de la historieta!

jueves, 4 de septiembre de 2008

Feliz Dia!

Hoy, 4 de septiembre, se festeja en Argentina el Día Nacional de la Historieta.
La fecha no es caprichosa, y es una de las pocas veces que me siento contento de la decisión: un cuatro de septiembre de 1957 salía el primer número de la revista Hora Cero. La portada de aquel "inicio de todo" fue esta:

Hora Cero no era una revista más de historietas de las que tanto hemos conocido en el transcurso de la evolución del género. No. Hora Cero estaba escrita íntegramente por Héctor Germán Oesterheld, maestro absoluto para los que intentamos hacer mundos con cuadritos y mago irrepetible de los que nos fascina leer buenas historias.
Pero además de eso, Hora Cero estaba dibujada por los mejores de todos: Hugo Pratt, Francisco Solano López, Luis Salinas, Alberto del Castillo, Carlos Roume, Alberto Breccia... piensen en uno de los padres de la historieta y seguro que ilustraba alguna historia del viejo Oesterheld.
Ya sé que con eso solo alcanzaría con ganarse un lugar en la historia grande de la cultura argentina. Pero hay otro aditivo: en este primer número nació El Eternauta, obra magna —junto al Martín Fierro— de nuestras letras. Quien no haya leído nunca esta magnífica historieta —y le guste la aventura, la ciencia ficción y los relatos con conciencia política— no puede seguir dejando pasar el tiempo. Hoy es un buen día para empezar: nevadas mortales, invasiones extraterrestres, sobrevievientes que se unen para combatir al invasor... La gloria.

Y hay otra cuestión que me alegra mucho de este día: mi papá era un niño cuando salió este primer número de Hora Cero, y lo compró. Por algún motivo supo que estaba ante algo relevante (había que ser ciego para no darse cuenta de aquello). La siguió comprando y completó la colección hasta el momento en que dejó de salir. Hace unos días se encontró con Solano López y le pidió (cincuenta años después) que le firmara la primer página del Eternauta. Toda la gente del auditorio rodeó el momento, extrañados de que alguien haya guardado cincuenta años esas revistitas.
Mi viejo, en ese momento, volvió a ser el pibe que fue. Y ahí me di cuenta lo importante que son las historietas en la vida.

Feliz día para todos los amantes de la tinta china, los cuadritos y los diálogos englobados.

viernes, 15 de agosto de 2008

Chau!

Me acaba de llamar Omar para comunicarme la noticia: falleció Carlos Meglia.
La primer frase, claro, es "¡La Puta!", pero después uno se queda como mudo, mirando la biblioteca y topándose con los lomitos que uno guarda de las Cybersix, u hojeando las viejas Puertitas para recorrer de nuevo las viñetas de Irish Coffee o El Piloto de Phillip Marlowe. Carlos Meglia fue una figura recurrente durante mi última infancia y primera adolescencia allá, en la bisagra entre los ochenta y noventas. Son esos tatuajes, esas bandas de sonido que uno lleva como "cosa propia".
Me gustaba cómo dibujaba las minas, Carlos. Y los pelitos de los brazos de los tipos, que los hacía gruesos. También, me quedaba mirando un rato largo las lluvias. Caían como grifos de los rostros. En ellas había algo más que humedad.
Tengo la suerte de trabajar con varios de sus colaboradores (Abril Barrado, Gustavo Mazali y Omar Hechtenkopf). Ellos me contaron algunas de sus excéntricas anécdotas. Yo tuve apenas la suerte de cruzármelo por ahí y agradecerle alguna viñeta, en esos encuentros fugaces de convenciones, presentaciones y congresos.
Sé que a los dibujantes jóvenes argentinos se les va el mayor referente de todos.
Sé que, cuando leía sus historias (sobretodo las escritas por Carlos Trillo) me sentía frente a algo especial.
Se ha ido una piedra grande.
Por suerte, nos dejó una montaña.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Chau!


Cuando se muere un humorista, creo, se muere una parte enorme del mundo.
Hacer reír no es poca cosa. Por eso los hijos de puta no hacen reír; matan o se ponen empresas para reventar el medio ambiente. Pero no hacen reír.
Hacer reír queda reservado para algunos que, cuando se mueren, repito, dejan un hueco.
El mejor de todos era Fontanarrosa. Cuando se fue, no estaba este blog para que le pudiera escribir unas palabras. Hoy, sí, me gustaría escribir sobre Jorge Guinzburg, que es otro genio en eso de hacer reír.
Conductor de televisión, guionista de historietas, productor (y escritor, y director) de teatro de revistas, ensayista, actor. Casi siempre, lo que hacía este petiso me causaba gracia.
Mi viejo atesora todavía la colección de Satiricón, en la que compartía staff con lo mejor del humor gráfico de la historia de Argentina (Oski, Fontanarrosa, Trillo, Dolina, Abrevaya, Crist...). No era fácil hacer reír en esos años setenta en este país, pero el petiso lo hacía. Y eso es lo que más me gustaba de él: podía estar mostrando culos y tetas por televisión y haciendo chistes con connotación sexual, pero siempre tenía un toque crítico (que aunque él lo negaba rozaba el discurso de izquierda) que lo hacía más grande. No hay, en toda su carrera, un sólo comentario que lo vuelva reaccionario (y eso, en este país y en el medio que se movía, es muchísimo decir). Siempre me guiñaba el ojo desde adentro de la tele. Me hacía pensar que pensaba igual que yo.
Una vez -recién iniciada la democracia- un periodista le preguntó en una radio: “¿Qué es el humor?”. Jorge Guinzburg respondió: “Humor es nunca tener que pedir perdón”. Pasaron más de veinticinco años de esa frase. Y todavía la recuerdo.
Hoy se fue. Era uno de los hombres más rápidos del periodismo argentino (hacía que uno se riera hasta de las respuestas de las modelos). Y, por supuesto, el mundo va a perder un pedazo. Gigante. Aunque el tipo era petiso.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Pensamientos (II): Sostiene Carlitos

Convengamos lo siguiente: Carlos Gardel sabía. Y cuando cantaba que "veinte años no es nada" estaba diciendo, de alguna manera, que "treinta años es algo". No especifica si mucho o poco. Pero al menos es diez años más que nada.
Escribo esto, simplemente, para decir que hace unos días (y durante diez años más) estoy atravesando esa franja de la vida en la que uno tiene que poner/decir un tres antes de poner/decir el segundo número de su edad.
Muchos epítetos pueden decirse sobre mi condición actual. Me remitiré solo a uno: treintañero.
Habrá que acostumbrarse.