miércoles, 27 de agosto de 2008

De la monstruosidad:

Se sabe; me gustan mucho los monstruos. Podríamos hablar de los motivos y las profundidades del tema, pero a nadie le interesaría. Por eso nos quedamos nada mas que con la primer frase del post: me gustan mucho los monstruos.
De esa manera, en casi todos los libros que llevo escritos aparece algún monstruo.
En Elisa se va de Vacaciones podemos ver a un Lobo Feroz y a un Drácula.
En Filgrid, el mago de los caminos presentamos a los Shadows (criaturas hechas de sombras que recorren los bosques).
En las Agendas Monstruosas, claro, aparecen todos.
En Buscando al Conde, casi todos.
En En el Bosque hay Luces me di el lujo de contar historias con duendes malísimos.
En King Cop el protagonista es un gorila que habla.
Y lo mismo en proyectos que se están en este momento realizando o imprimiendo (una enciclopedia con "monstruos reales", otra enciclopedia con "monstruos ficticios", un comic con una especie de diablo, una peli de terror...).
Pero alguna vez, también, me pude dar el lujo de escribir ensayos sobre monstruos en la revista de literatura mas importante de la Argentina: Oliverio.
Con su editor, Ricardo Romero, nos encantaba juntarnos a tomar un vermouth en San Telmo mientras charlábamos de temas absolutamente escabrosos, y fue así que nació la serie de ensayos titulada De la Monstruosidad, que se fue publicando a lo largo del 2005 y en adelante.
Ahí intenté bucear en la naturaleza del monstruo, y todavía me siento orgulloso de aquellas páginas sueltas que intentaban sonar lo más serias posibles.
¿Quieren leer alguno de esos ensayos?
Aquí, aquí y aquí pueden leer un pulñado de ellos.
Ahora los dejo solos. Alguien está rascando mi puerta.

viernes, 15 de agosto de 2008

Chau!

Me acaba de llamar Omar para comunicarme la noticia: falleció Carlos Meglia.
La primer frase, claro, es "¡La Puta!", pero después uno se queda como mudo, mirando la biblioteca y topándose con los lomitos que uno guarda de las Cybersix, u hojeando las viejas Puertitas para recorrer de nuevo las viñetas de Irish Coffee o El Piloto de Phillip Marlowe. Carlos Meglia fue una figura recurrente durante mi última infancia y primera adolescencia allá, en la bisagra entre los ochenta y noventas. Son esos tatuajes, esas bandas de sonido que uno lleva como "cosa propia".
Me gustaba cómo dibujaba las minas, Carlos. Y los pelitos de los brazos de los tipos, que los hacía gruesos. También, me quedaba mirando un rato largo las lluvias. Caían como grifos de los rostros. En ellas había algo más que humedad.
Tengo la suerte de trabajar con varios de sus colaboradores (Abril Barrado, Gustavo Mazali y Omar Hechtenkopf). Ellos me contaron algunas de sus excéntricas anécdotas. Yo tuve apenas la suerte de cruzármelo por ahí y agradecerle alguna viñeta, en esos encuentros fugaces de convenciones, presentaciones y congresos.
Sé que a los dibujantes jóvenes argentinos se les va el mayor referente de todos.
Sé que, cuando leía sus historias (sobretodo las escritas por Carlos Trillo) me sentía frente a algo especial.
Se ha ido una piedra grande.
Por suerte, nos dejó una montaña.

martes, 5 de agosto de 2008

Click!

Otra Feria Internacional del Libro Infantil se ha marchado de Buenos Aires. Y, otra vez, los recuerdos que me deja son hermosos.
Como no se pueden contar los recuerdos con palabras (así me lo dijo Horacio Sésamo), les dejo unas fotitos, que es lo más parecido que tengo a mano.



Acá, con Carlos Pinto, distendidos antes de que lleguen los "fans" de Filgrid ansiosos por firmas y dibujos.


¡Fíjense el lugar de lujo que se le dio a nuestro mago en el stand de tan ilustre editorial!
(había que pellizcarse para creerlo... y aún así no lo creíamos).

Después, con Poly Bernatene, nos divertimos como chicos firmando ejemplares de las Agendas Monstruosas.

¡Mientras algunas niñas valientes de verdad se animaban a adentrarse en tan terrorífico libro!

Para no ponerme cursi y escribir lo que acabo de borrar, me queda solamente agradecer a los chicos —y grandes— que se acercaron para que les firmemos nuestros libros; a las editoriales y su macanudísima gente que nos invitó y nos trató como reyes; a nuestras "damas" —que siempre están ahí—; a los magos y monstruos que pintaron con magia las pobres palabras de este aprendiz de brujo...

y a los duendes, porque sin ellos no pasaría nada de esto.