

Pero aún los que queremos contar historias sabemos que el tema se complejiza. Porque, ¿de qué manera hablarle a un niño sobre la muerte, las enfermedades, las catástrofes, el sexo, los divorcios y todas esas cosas que muchas veces preferimos —como padres, tíos, abuelos o docentes— guardar en cajones o patear para más adelante?
Cada familia es un mundo.
¿De qué manera entran los libros dentro de ese mundo que es la familia?
Hace bastante con el genial Poly Bernatene encaramos un proyecto que hablaba de un gatito viejo que debía emprender un viaje hacia su propia infancia para saldar una cuenta con su amigo más entrañable. Era una hermosa historia (pueden ver una ilustración y parte del texto si cliquean aqui), llena de aventuras y colores puros. Sin embargo, el proyecto quedó trunco porque a los editores les pareció que tocábamos demasiado de cerca el concepto de la muerte.
Si me preguntan, soy un autor que considera que los libros para chicos pueden divertir muchísimo, pero que no está de más poder contar —a veces, no siempre— una o dos cosas "detrás de la historia".
No se trata de dejar moralejas ni de ser el panzón que viene con el cuento correcto. Se trata de contar. A secas.
Cuando escribí Cuento Hasta Tres, la idea era clara: contar la historia de un nene que todas las mañanas buscaba algo en el patio de su casa hasta que un día se topa con una nube. Desde ese punto de partida nació el libro (ilustrado por la magistral Leticia Ruifernandez y ganador de uno de los premios más importantes de literatura infantil en Europa) y eso fue lo que contamos. Lo que no se contaba en el libro —al menos no de manera directa— era justamente lo que queríamos contar en realidad: la ausencia que estaba marcando a fuego la infancia del protagonista. El padre que no está y la nube, que se parece tanto al espacio que ha quedado en cada una de las ilustraciones.
Porque nadie pondría la voz en el cielo si escribimos un relato para adultos sobre, por ejemplo, el Alzheimer (ahí tengo la saga de Historias del Olvido, escrita junto a Javier de Isusi, y mejor ni hablar de la perla que es el Arrugas, de Paco Roca) pero... ¿por qué no contar una historia sobre el Alzheimer remitida a los niños?
Parecía una locura, pero le empecé a dar vueltas en la cabeza. Y, como cada vez que las historias se me enredan en los rulos, apareció un argumento.
