domingo, 21 de octubre de 2007

Gulliver en Tierras Bolivarianas: San Fernando de Apure.

Todos tienen alguna fobia, excepto yo que las tengo todas. Igualmente, el miedo superior, el que maneja a todos los demás, son los murciélagos. No los puedo ver, oir ni (por supuesto) tocar. Bien, la primer noche que pasé en San Fernando de Apure me topé con que ¡ups! la noche estaba repleta de aquellos roedores voladores (algunos de los cuales, vale aclararlo, medían un metro entre punta de ala a punta de ala). Aunque parezca increíble, la gente viva normal con aquella película de terror cotidiana, y salen de bares, y hablan sentados en la plaza, y todo eso.
Pero vamos a lo que nos une en estos ratos; mantenernos al corriente.
Creo que nunca me sentí tan "celebridad" como durante mi paso por San Fernando. El "conversatorio" (que es como les llaman ellos a las charlas) fue todo un éxito, y la televisión, la radio, la prensa escrita y las gentes del pueblo quisieron charlar un rato con este "poeta argentino" que seguro tenía cosas interesantes para decir. Aunque parezca increíble, todos los diálogos terminaban con un "ahora recítate un poema de los tuyos"... ¡y yo no soy poeta!
Sucedió que no me dejaron ir. Utilizando mil artimañas tuve que quedarme dos días mas de lo previsto, y hasta tengo un señor de por esas tierras (un gigante con alma de niño llamado Octavio) que se adjudicó padre mío en Venezuela. La verdad, fue todo muy lindo (no te preocupes, Laura, los cariños no pasaron de eso...) y llegó el día en que, por fin, pude abandonar tan hermoso lugar. Comí todas sus comidas. Acepté todas las excursiones que me regalaron. Saqué fotos hermosas...
Ahora mismo estoy en el Amazonas. Pienso (así, nada más que por pensar) que en el futuro existirán fanáticos de la literatura de ciencia ficción que se vean emocionados al visitar los anillos de saturno. Exactamente igual me sentí yo cuando crucé el Orinoco, rumbo a la selva. Todas las páginas de las novelas de aventuras de mi infancia se me vinieron encima. Y me sentí (solamente para molestarlo) el Corto Maltés en la cubierta de esos barquitos tan bonitos en los que él andaba.
Nos acompañamos con un poeta cubano llamado Alberto Sicilia. Descubrí en él a otro personaje maravilloso de esos que sólo regalan los viajes maravillosos. Hace ya dos noches que compartimos habitación y no veo en él huellas del sueño. Pienso que debe pertenecer a una raza casi extinta (y de la cual también es parte mi princesa de la argentina) que no pueden escuchar el tono de los ronquidos.
Lamento no incluir fotos. Desde ayer la máquina es parte de la historia...
pero eso es parte de lo feo de este viaje, así que me lo guardo solo para mí.

2 comentarios:

Laura dijo...

Ey!
¿Para cuándo más posts sobre el viaje?
OK, el viaje se terminó pero... ¿las historias también?

Vamos, escritor, que no le gane la pereza!

Luciano Saracino dijo...

Lau; toda la parte final del viaje (la más mágica; la de orillas del Orinoco) me la guardo para casa. Para contar té de por medio. Con todos ustedes.
¿Te gustaría escuchar una historia?