A veces pasa.
Leés un libro, escuchás una canción, mirás un cuadro, ves una película, y querés comentarle a todo el mundo lo maravillosa que te resultó la experiencia.
Entonces eso: que vine acá a contarte que ayer fui a ver una película que me emocionó hasta las lágrimas y que no me permitía, hoy, silenciar aquello.
Se llama Buen Día, Día. La pasaron al aire libre, en el contexto del BAFICI. A los veinte minutos de proyección se largó en Buenos Aires una de las tormentas más grandes del año —granizo incluido—. Y a nadie se le ocurrió moverse del pasaje Carlos Gardel. La mayoría corrió hasta los techitos de la vereda para no empaparse. Otros se pusieron las sillas en la cabeza a modo de bonetes plásticos. Los demás se quedaron, inmutables, disfrutando bajo la lluvia, sentados o de pie, bailando. Seguro que si alguno se les acercaba y les preguntaba sobre su decisión, habrían respondido que "son cosas mías". O no. Yo qué sé.
La película cuenta —unas-partes-de— la vida del genial músico y poeta Miguel Abuelo. Y la verdad es que es una verdadera joya.
Sinceramente no sabía que existieran tantos documentos sobre Miguel (tan subterráneo, tan esquivo). Y la película está prácticamente contada en primera persona mediante unos audios que son como un tesoro para los que siempre escuchamos las historias de estos tipos contadas por otros. El resto del film nos muestra al hijo —Gato Azul— recorriendo en moto una nocturna Buenos Aires recolectando fotos de su viejo y charlando con sus amigos. Memorable, en este aspecto, cuando se encuentra con el hijo de Pappo (también en moto), que le dice "estas son las cosas que guardaba mi viejo; quiero que las tengas vos" o cuando Gustavo Bazterrica canta en un bar un temazo compuesto para Miguel o cuando... toda la película es una gema. No falta nada. Le dí vueltas toda la noche al asunto y llegué a la conclusión de que había dado —al igual que me pasó con Luca, unos años antes— con el documental perfecto.
Pero eso no fue todo.
Aguantenme un segundito que les cuento algo más de lo que pasó ayer.
Miguel Abuelo murió hace 21 años. La mitad de la gente que había concurrido a la proyección rozaba aquella edad. Es posible que nadie —acá me incluyo— lo haya visto en vivo alguna vez. Y, sin embargo, a nadie lo espantó la lluvia. Todos coreaban las canciones, aplaudían, reían, lloraban. Alguno gritaba "¡Vamos Flaco!" cuando aparecía Spinetta... se abrazaban cuando terminaba el show. Nos mirábamos, cómplices, por ser partes de algo —o de haber vivido un momento especial, de esos que se recuerdan para siempre y "¿te acordás de aquella vez, la tormenta que se largó mientras...?".
Virtud aquella de un film bien construido. Vaya este emotivo abrazo a sus realizadores.
Premio para la intachable trayectoria de uno de los más importantes —y quizás de los menos reconocidos— artistas de esta parte del planeta.
Este no es un blog de música ni de cine. Ya lo sé. No soy crítico ni tengo intenciones de aquello.
Pero me dieron ganas de escribir unas palabras sobre una obra que me movilizó hasta el punto de no arrugarme bajo semejante tormenta que, sí, me sirvió para que Laura no supiera si eso en mis mejillas eran gotas de lluvia o qué.
Buen Día, Día —Eduardo Pinto & Sergio Constantino. Argentina, 2010—.
3 comentarios:
Emocionante crónica Luciano, muchas garcias por compartirla!
Qué grande, Lucho!!! Muy buena crónica!!! Me perdí la peli, espero encontrarla algún día. A ver cuándo escribimos una nosotros, eh? Un abrazo!
Lomo Feróz: Muchas gracias! Fue tan emocionante ver este film que no pude más que compartirlo.
Fer: ¿Cuándo? ¡Ahora! ¡Vamos! No se puede esperar más! Mil abrazos!
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